Comentario
Los condados catalanes iniciaron, durante la segunda mitad del X, una etapa de integración en la renovación artística que el Imperio germánico por un lado, y el monacato benedictino por otro, estaban gestando en algunas áreas de la Europa postcarolingia. En el 951, una expedición de notables catalanes presididos por el conde Seniofredo de Cerdaña visita Roma; será la primera de una larga serie de visitas que se sucederán durante todo lo que queda de siglo. No sólo se trata de una aproximación a la sede pontificia, sino que existe una clara intención política de estrechar relaciones con la institución imperial: Oliba Cabreta conoce a Otón I. Miró de Besalú a Otón II.
La reforma monástica resulta decisiva en la profunda renovación que se producirá desde finales de este siglo y durante la primera mitad del siguiente. La influencia cluniacense introduce las prácticas benedictinas en la región, colaborando a la reforma litúrgica. Los edificios religiosos sufrirán una radical transformación en sus elementos funcionales, adaptándose a las formas tipológicas que se están imponiendo por la Europa románica. El auténtico impulsor de esta renovación será el abad-obispo Oliba (970-1046), miembro de una de las familias nobiliarias que forjaron la Cataluña del milenio. Con su actividad personal directa o por su influencia se construyen los edificios más significativos del primer románico catalán.
Cataluña conocerá muy pronto las formas renovadoras, primero interpretándolas con un léxico arquitectónico local, ya hemos indicado anteriormente, cómo la versión de Cluny II era reproducida en Cuixá: superado el 1000, con un lenguaje de tipos funcionales y formas constructivas ya absolutamente románicas. Entre las formas tipológicas de origen transpirenaico que se introducen en la arquitectura catalana están la búsqueda de soluciones que permitan articular un número considerable de ábsides en la cabecera, criptas para atesorar reliquias, fachadas torreadas, y espacios circulares con significación funeraria o de depósito de reliquias.
No se puede decir que Cataluña fuese la iniciadora del nuevo estilo, pero su buena tradición arquitectónica y su precoz adscripción al movimiento renovador hacen que algunos de los edificios catalanes hayan sido decisivos en la definición del mismo. Monumentos como San Pedro de Roda, San Miguel de Cuixá y San Vicente de Cardona son paradigmas excepcionales en la historia del primer románico.
Una desacertada restauración decimonónica nos ha privado de conocer más certeramente la realidad histórica de un edificio como Santa María de Ripoll. Era un templo que había tenido su origen en una iniciativa de Vifredo el Velloso, en 888. Su hijo, Miro, lo reconstruyó de nuevo, en el 935. Un tercer edificio se considera obra del conde Oliba Cabreta, ya en 977. Por fin, bajo el abadiato de Oliba, tendría lugar una solemne consagración el 1 de enero de 1032.
Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre las formas que corresponden a estas dos últimas etapas constructivas. Generalmente se acepta que el abad Oliba realiza la amplia cabecera de siete ábsides abiertos a un amplio transepto acusado en planta. Esta solución responde a una versión ya románica de la forma que vimos surgir en Cuixá. Las naves, cinco como en San Pedro del Vaticano, no deben responder a un proyecto unitario. Seguramente los pilares rectangulares de la central corresponderían al edificio conservador, de tres naves, que habría erigido el conde Oliba, mientras que las dos colaterales, con una característica alternancia de pilares-columnas, seguiría modelos de la arquitectura otoniana. Esta relación con edificios tan lejanos se explicarían por el estrecho contacto iniciado por Oliba con los monasterios del Loira y el Escalda. Así pues, podríamos considerar que a la consagración de 1032 habría que atribuir la cabecera y la ampliación de un templo de tres naves a cinco. Algo más tarde se proyectaría una fachada con dos torres. El cimborrio que contemplamos actualmente es una invención con supuestos criterios historicistas del arquitecto restaurador.
Posteriormente se dispondría en la fachada una estructura de dos torres, siguiendo la fórmula que hemos referido en Europa en las construcciones de la tradición carolingia. Otro edificio relacionado estrechamente con Oliba es la catedral de Vic, de la que él mismo es obispo. Sobre una cripta amplia, de tres naves, se construyó una cabecera de largo crucero al que se abrían dos absidiolas en cada brazo. Pero, la ruptura con la topografía tradicional hispánica no quedaba aquí, frente a la fachada occidental se disponía una construcción circular que nos recuerda las rotondas de tradición carolingia. Una construcción similar existe en Cuixá. De la catedral vicense de la primera época del románico sólo se conserva la cripta.
Un edificio como San Pedro de Roda, consagrado por el arzobispo de Narbona en presencia de Oliba, en 1022, representa una de las experiencias más curiosas e inexplicadas hasta hoy de la arquitectura del primer románico catalán. Una extraña cabecera, con una girola sin absidiolos radiales, y uno en cada brazo de un pequeño crucero, cerraba las tres naves abovedadas del templo. De éstas, la central se cubre con un cañón sobre fajones que apean dos órdenes de columnas. La contemplación de esta elevación monumental de la nave central sólo se puede explicar porque sea la obra de un maestro impresionado por los recursos arquitectónicos de la Antigüedad. La perfecta asimilación de la enseñanza antigua se aprecia no sólo en el empleo de unos capiteles labrados con una cierta calidad, sino en la sofisticación de concebir la ubicación de los órdenes columnarios con la correspondiente corrección óptica. La girola carente de absidiolas y pensada como elemento ambulatorio serviría para una función litúrgica de carácter procesional que se nos escapa. Bajo la cabecera existe una cripta de forma anular, cuyo trazado tiene explicación en la lógica constructiva de la inercia de la arquitectura carolingia.
En 1040, una vez más en presencia de Oliba, se consagra el templo más extraordinario de toda la arquitectura conservada del primer románico, San Vicente de Cardona. Es una iglesia de tres naves, con pequeño crucero y tres ábsides semicirculares. Todo aquí es equilibrado y pensado como fruto de una arquitectura que ha alcanzado la absoluta madurez del estilo. Por cada uno de los tres tramos de la nave central se corresponden tres de las colaterales, empleando pilares cruciformes acodillados para apear arcos doblados, cubriéndose en la central con un cañón, mientras que tendrá aristas en las laterales. El presbiterio profundo se eleva sobre el nivel de la nave al disponerse sobre una cripta de igual superficie -similar a la que vimos en Vic-. Cierto constreñimiento del espacio en las naves, se suaviza en el ábside central al tener los paramentos articulados por esbeltos nichos. Exteriormente, los muros, como los de los demás templos coetáneos, recibe una armoniosa dinamización con el empleo de bandas, arcos y galerías de vanos ciegos.
Durante el primer tercio del XI un grupo de iglesias y castillos de Aragón acusarán las formas arquitectónicas del primer románico catalán. Son formas de un léxico constructivo y decorativo que apreciamos en edificios como Santa María de Obarra, la catedral de Roda de Isábena, etc.